Para relajarse, Yajaila Ripoll decidió pensar que sus manos
pesaban cada vez menos. Es una técnica que utilizaba cada noche, pero el
resultado siempre era fallido. Acababa durmiéndose casi por hartazgo. Ésta
noche se concentró en la idea de dejar sus manos encerradas en una cámara
hermética calculadora de masa corporal, hasta que ésta le devolviese en
pantalla la cantidad cero o incluso un número negativo. Misteriosamente, lo
consiguió y se durmió.
Esa noche soñó que, desde detrás de la fotografía de su
comunión en el salón de casa de sus padres, una voz repetía sin prisa pero sin
pausa unas palabras en esperanto: Ŝlosita. Kaptita. Muta. Ŝlosita. Kaptita. Muta.
DOS
A la mañana siguiente se despertó descansada como nunca
antes y fue al trabajo mucho más serena de lo habitual.
Yajaila trabajaba en un bar peluquería de Alicante llamado
“La mellada”. Era muy impopular y su única clientela eran las mismas 5 personas
cada mañana, que pedían la cosa más aburrida que se puede pedir: Un café corto
y un paquete de chicles de menta.
Luego, a lo largo del día, igual algún espontáneo asomaba la
cabeza para comprar tabaco o merchadaising turístico.
Y por supuesto hacía décadas que no cortaban un solo
flequillo. Las tijeras estaban ya todas oxidadas para tirar y los aparatos,
como secadores y maquinillas eléctricas, fundidos.
10 años en la mejor escuela de cocina para esto.
TRES
Mi compañera de trabajo, Josefina era una señora de 85 años
de mucho mundo y con mucho misterio. Vestía como os voy a describir a
continuación, de abajo hacia arriba:
-Unas botas de boxeador de un color verde vivo. Calcetines
nunca he sabido si llevaba.
-Un pantalón de cowgirl desgastado.
-Un cinturón de lentejuelas plateadas.
-Una camiseta floreada con las mangas pomposas.
-Un colgante con una caja roja.
-Unos pendientes con dragones.
-Y un turbante que se había hecho ella misma de punto.
Como ya os había dicho… todo un misterio.
Pues estaba yo limpiando la barra y me dio por musitar las
palabras de mi sueño: Ŝlosita. Kaptita. Muta.
En ese momento oí el golpe de unos vidrios rompiéndose
contra el suelo. Alcé la mirada y vi a Josefina, blanca blanquísima, mirándome,
temblorosa.
CUATRO
- ¡Josefina! ¿Está usted bien?
- Me ha dado un sofoco. El verano ya está ahí y a mí estos
calores me producen cada vez más asco.
- No me extraña, y más aquí metidas, que no hay ni un mísero
ventilador. Que el señor Zeballos ya podría estirarse. Siéntese y ya recojo yo
todo esto.
- Mejor me voy a casa.
- Hombre, haz lo que veas, pero…
Pues cuando me quise dar cuenta, ya se había ido.
El resto del día transcurrió sin ningún altercado, como de
costumbre. Aburridísimo es decir poco. Y encima sola, sin que Josefina me
contase anécdotas de sus viajes alrededor del mundo.
Cerré caja, persiana y a casa a dormir. El truquito de las
manos ya no funcionó y mi sueño fue de nuevo un atropello.
Encima, para rematar, me despertó la llamada que cambiaría
mi vida, para mal.
CINCO
-¿Sí? ¿Quién es?
-El mismísimo señor Zeballos.
-Ah… ¿y qué quieres?
-Josefina ha fallecido esta misma noche. En el bar te espera
tres horas antes una nueva compañera, Joselina, para que le expliques cómo
funciona todo.
-¡Esto es demasiado! Tengo unas cuantas dudas.
-Exponlas y decido si resolverlas o dejarte intrigada.
-Duda 1: ¿De qué ha muerto Josefina?
-Pues de vieja, ¿de qué va a morir?
-Ah, no sé. Duda 2: ¿Por qué se llaman tan parecido Josefina
y Joselina? Comprenderás que no me puedo aguantar esta pregunta.
-Yo es que trabajo así, cuando te despida buscaré a una con
el nombre parecido al tuyo. Son preferencias.
-Mira tú qué bien. Ya me has dado el día.
-Pues no preguntes más, guapa.
Y me colgó.
Qué cosas le pasan a una cuando lleva una vida underground.
¡Tres horas antes! Ni que fuese una cadena de montaje.
Me dio tanta rabia todo que me fui sin duchar ni peinar. Iba
haciéndolo todo con prisa y rabia y a la salida de casa tropecé
vertiginosamente con algo. Fue espectacular, casi me parto en dos.
Miré al suelo, todavía mareada, y allí estaba, a los pies de
mi puerta, la caja roja de Josefina.
SEIS
En el camino en bus al trabajo me dediqué a intentar abrir
la caja, pero parecía cerrada con un mecanismo magnético ancestral. En su
superficie acharolada se veían algunas muescas, pero ninguna cedía. Desistí
porque ya se me estaban poniendo los dedos como porras.
Llegué. Joselina no tenía tanta clase en su vestir como
Josefina, pero lo achaqué a la edad. Zeballos debió colocarme a su sobrina, o a
una amiga de su sobrina, porque esa muchacha esbelta no tenía más de 15 años.
Con un acento entre italiano y gitano me saludó de forma muy
enérgica:
-Hola maja, yo soy Joselina Garretón y creo que vamos a
trabajar juntas. ¿Qué te parece?
-¿Y tú que quieres que te conteste yo a eso?
-¡Ay, es un regalo! ¿cómo lo sabías?
Joselina se abalanzó hacia la caja y me la arrancó de las
manos. O me la sacó del bolso, ya no me acuerdo.
-¿Cómo sabía qué?
-Soy campeona del mundo de apertura de cajas misteriosas.
-Ese galardón no existe. Bueno, no lo sé, pero ni es un
regalo ni quiero que la toques. Espera, ¿has dicho que sabrías abrirla?
Pasé toda la mañana haciendo tareas mientras miraba de reojo
a Joselina, que estaba encorvada, sentada en una silla, bajo una lápara
intentando abrir la caja. Sus manos se movían a velocidad rayo. Al final iba a
tener razón.
-¡Ya está!
-A ver, a ver qué viene dentro. ¡Hala! ¿Todo eso son
billetes de 500€?
-Y una nota. Mira, es una poesía. ¡Qué elegante! Leela con
voz erótica.
SIETE
Talenta, talenta
Salmona capricha
Matojo berdelis
Cruja una rama, como traca
Mojadete semia, semia
Filo y fila
Longa magnífica
Carno tomqué
Selúla, selúla
-Pues menuda birria, sobre el papel parecía otra cosa.
-Yo de esto sé. Es la receta de un bocadillo. Y claramente
dice que demos muestras en la calle, concretamente tú, que tienes cuerpazo.
-¿Y qué harás con el dinero?
-Ummmmm Creo que ya sé…
Hice una llamada:
-Señor Zeballos, me quedo el bar.
-Vale. Sólo espero que no le cambies el nombre.
-Si el nombre es precioso, pero no lo has sabido explotar.
Pásate luego, arreglamos los papeles y te doy el dinero en metálico.
Al colgar entré rápidamente en el almacén a buscar los
ingredientes. No había que perder ni un segundo. Era sábado y yo quería
inaugurar esa misma noche.
-Pero yo no me he traído ropa de fiesta. – Dijo Joselina
-Y yo huelo a rata frita, pero no pasa nada, es una cosa
bien moderna. ¿A ti te da pudor desnudarte?
-Para nada.
-Pues tú desnuda.
Concentrada, seguí las instrucciones para crear el
misterioso bocadillo y una vez estuvo finalizado, lo corté a modo muestra, lo
coloqué en una bandeja y puse a Joselina en la puerta a despacharlo.
Espumillón, música funk y food for free es un anzuelo ideal,
así que la primera persona no tardó en llegar. Era un señor de unos 50 años que
al probarlo comenzó a convulsionar, como teniendo un orgasmo.
Yo me asusté muchísimo, pero aquellos gemidos hicieron de
ritual de llamada y al rato se reunieron frente al bar unas 70 personas,
cacareando de la misma manera.
Mi teléfono sonó.
-Estoy muy ocupada pensando en forrarme.
-No deberías haberlo hecho.
-Si te refieres a regar a un gato el otro día desde el
balcón, tienes razón. Estaba muy aburrida.
-No te hagas la lista. Me refiero al bocadillo. Esa receta
debía haber muerto con Jostal Catrina.
-Yo no conozco.
-Se hacía pasar por una mujer de barrio, de nombre Josefina.
-¿Os la habéis cargado?
-Y ahora vamos a por ti.
OCHO
-¡Yajaila! ¡Ayuda! ¡Que esto se ha terminado y se han puesto
muy salvajes!
Sin más miramientos, colgué el teléfono para ayudar a
Joselina. Entre las dos cerramos las puertas con mucho esfuerzo y pusimos un
cartel de cerrado hasta nuevas existencias.
Mientras preparaba una ingente cantidad de bocadillos,
frente al local empezaron a conglomerarse cientos de personas que aullaban como
locas.
Aquella noche la Mellada se llenó de travestis de todos los
rincones del mundo. Rusos, chinos, islandeses, marroquís.
Llegó a ir una tan extraña que ninguna de las 300 personas
que allí había supo descifrar en qué idioma hablaba.
- ¿Te imaginas que es de otro planeta?
-Eso sí sería suerte. Negocio interplanetario.
-Una pregunta. ¿A ti no te iban a matar?
-Deben haberse entretenido.